Cuando vi por primera vez Titanic con 8 años no la entendí.
Cuando la vi por segunda vez con 14 en clase la entendí pero ni fu ni fa.
Cuando la vi en el cine en 3D rodeado de personas desconocidas y con 22 años, lloré.
Lloré como un niño al que le han roto su juguete favorito, le han dicho que los reyes son los padres y su nana para dormir es el triste opening de «Marco». Y todo esto a la vez.
así lloré.
así.
¿Había cambiado la película?
Pues no mucho.
Salvo que la última vez que la vi era en 3D, el argumento poco había cambiado.
DiCaprio seguía cabiendo en la tabla, se podía haber salvado…
Pero el que había cambiado era yo.
Con 22 años conecté a nivel emocional con la película. La historia era la misma, pero mi historia era diferente.
Mis heridas emocionales se conectaron con la película.
Verás.
Esto ocurre a menudo.
Las cosas que vemos nos reflejan nuestras heridas.
Pero oye,
puedes llorar. O puedes aprender.
Si eres capaz de ver qué es aquello que activa tus heridas, si eres capaz de analizar desde la distancia lo que ven tus ojos y usarlo para hacerte más fuerte, más capaz, más libre…
… Pues lo mismo acabas sanando la herida.
Si quieres aprender más únete a mi lista.
Si te unes pueden pasar cosas.
Si no te unes, también. Pero no es tan divertido.
En la cajita de abajo.
Escribes tu email y te unes.
Un abrazo,
Cristian M. Piñol